Capítulo III: La causa

El juicio de varios subterrestres estaba a punto de comenzar. Y como era de esperarse, la justicia del Tercer Mundo no quería esperar más.
Un juicio, se llevaba a cabo, cuando alguien cometía uno de los cuatro pecados (intentar escapar de la ciudad, robarle al clan de la Horda, asesinar a miembros de otros clanes o mostrar debilidad mental). Se requería de la presencia de cada uno de los clanes (el clan de los antropófagos, el clan de la horda y el clan de los demás subterrestres), para efectuar el "Ritual Sacramental de la Horda"; Un ritual salvaje, basado en el "ojo por ojo, diente por diente" de la Ley de Talión. Intentar salir a la superficie, era considerada la peor de las traiciones; ¡misma qué, se pagaba con la muerte!
La Horda estaba representada por los guerreros y por la tríada divina (los Emisarios de los Dioses, encargados de enjuiciar a los traidores) . El primero de la tríada, era el Verdugo; el maestro de las torturas más brutales. El emisario del medio, era el Orador de la palabra; quien predicaba sobre la traición, la debilidad mental, y el motivo de los sacrificios. El último de ellos, era el Pastor; encargado de domesticar, guiar y alimentar a los antropófagos.

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En el centro del estrado, habían siete maderos, clavados a tres metros bajo tierra; donde se encontraban atados de manos y pies, a los culpables que se serían ejecutados. Tres de ellos, estaban condenados al clan caníbal, por robar comida... otros tres, condenados a torturas, por debilidad mental. Y el último, a desmembramiento, por intentar escapar de la ciudad.
Una vez, que todos los subterrestres, se encontraron presentes, rodeando al estrado de la traída divina, y los maderos de retención; se podía llevar a cabo el ritual sagrado. 

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